A través de Tinder empecé a hablar con un hombre de unos 20 años. Era una fantasía que me corría mentalmente, “comerme a un muchacho joven y vigoroso”. Andrés era delgado, con piel trigueña, labios carnudos y de cabello castaño.

Nuestras conversaciones siempre eran muy calientes, nos contábamos mutuamente nuestras fantasías, enviábamos por medio de gif las posiciones que más disfrutábamos.

Un día hicimos una vídeo-llamada por Messenger. Yo seguía sus indicaciones, que me desnudará, que me diera una nalgada y así sucesivamente. Yo veía su miembro, era de un tamaño promedio y delgado. Mientras que él agitaba su pene con fuerza, yo acariciaba mi clítoris. Confieso que llegué al orgasmo varias veces.

Siempre que mi marido salía de viaje, yo aprovechaba para verme por chat con mi amante. En nuestros encuentros lucía un baby doll rojo y el cabello recogido. Para mis hijos y mi esposo era una santa hasta un poco tradicional, pero con Andrés me volvía una fiera salvaje.

En un par de ocasiones tratamos de fijar un encuentro íntimo real pero nunca se concretó nada. A mis 45 años confieso que ha sido la experiencia virtual más excitante que he vivido y aún sigo con las ganas de tener sexo con un hombre más joven que yo.